Nunca tuve televisión en mi habitación, pero desde que mi hija fue poseída por Disney y su programación repetitiva me reclama que quiere una para mirar cuando se acuesta. La he intentado persuadir con cuentos a la noche y a pesar de que le gusta y escucha atenta, después no me quiere ni ver y prefiere, dice, a un gordito simpaticon (de dudosa orientación sexual) bailando con frenesí en la caja boba. Quiere la tele. los niños son más de la cultura de la imagen, es decir, antes que escuchar e imaginar, prefieren mirar y adorar.
Entonces recordé que en diciembre del 2013 llevé un aparato “Serie Dorada” a una casa de reparación y desde entonces jamás lo retiré. Lo había comprado usado, justamente para mi habitación (desde esa fecha datan los reclamos de mi hija; es insistente, hay que reconocerle), y a los tres días dejó de funcionar. Era un televisor que carecía de la presencia y elegancia que presentan hoy los plasma HD y Smart Tv; viejo, gordo, pesado, y sin control remoto, pero, lo juro, era a color y ese es el único requerimiento que yo pedía a un televisor que iba a reproducir dibujos animados la mayor parte del tiempo.
Así que sin esperanza alguna llamé para preguntar, no sin vergüenza, si el cacharro seguía allí esperando a ser retirado. Y para mi sorpresa la voz meliflua de la secretaria (que es la hija del que arregla los televisores) luego de consultar, me dijo que sí, que estaba en perfecto estado y lista para ser retirada. Eso sí, se me iba a cobrar un pequeño monto extra por la “estadía” de un año que el televisor pasó allí, es decir, debía pagar no solo la reparación, sino el alquiler del aparato: cosas raras que pueden ser posibles en esta sociedad de lucro a la que adscribimos. Así que sin chistar y preguntándome “porqué tuve una hija” (ah,si ya me acordé), fui, saludé, pagué y me fuí con el aparato que pesaba más que el año pasado. .
Ahora tengo dos intrusos en mi habitación, un televisor y una niña que dice ser mi hija. Ambos interactúan entre sí (ella baila siguiendo los pasos de un oso cariñoso que a mí me da miedo, pero cuando yo le digo que levante una media no mueve ni los ojos para mirarme) y me ignoran y a ambos sigo sin entenderlos del todo y me aburren.
Cuando la niña no está, la tele pasa la mayor parte del tiempo apagada, perdiendo por goleada con la PC: el monitor bueno, que me escucha, que se deja controlar, que me deja comentar, que recibe órdenes y obedece y que puedo, no solo mirar, sino leer, etc.
Cuando conozca a alguien le voy a preguntar si prefiere la computadora o el televisor, de su respuesta dependerá la continuidad en la relación… continuará.
Era un televisor que carecía de la presencia y elegancia que presentan
hoy los plasma HD y Smart Tv,
Leí alguna
vez un librito de autoayuda que apoyaba su tesís archiconocida de “conócete a ti mismo” en su
totalidad sobre el yoga. Hablaba de buda, de la meditación y, claro, de
respirar.
Al parecer si uno cierra los ojos en posición
de buda y se concentra en la respiración, en su vaivén, en su subir y bajar,
entrar y salir, logra un estado de suspensión de la conciencia tal que se eleva
por sobre la psiquis moderna, presa del ego que domina y enceguece el alma.
Decía este escritor cincuentón, el del libro, que el yoga le había cambiado la
vida de manera radical, al punto de hacerlo renunciar a su condición de
empresario (no a sus empresas) para volverlo un trotamundos filantrópico, y que
ahora que había encontrado respuestas su deber era darlas a conocer al mundo,
para que otros siguieran su camino o el de Buda que, decía, era su señor y maestro.
Leí este libro cuando tenía 17 años más o
menos , y mi mente (alma o conciencia) si bien no era una tabula rassa, digamos
que era un cuaderno Gloria de 48 hojas con tan sólo algunas páginas ocupadas.
En fin, me copé con el yoga, pero lo que más
me impactó y puse en práctica fue el acto de respirar, concebido como la llave
a la felicidad o a un estado en donde los miedos, ansiedades, y hasta las elucubraciones
más complejas se vuelven pasajeras, simples intrusos en el alma humano que
podemos controlar y dominar sin que que sean ellas las que nos acosen (Sí, de
muy joven ya me preocupaba un montón de cosas y tampoco podía dormir).
Cuando uno respira de manera ansiosa el aire
se desperdicia, se lo lleva hasta el pecho y se lo larga con apuro, y se repite
lo mismo cuando uno respira excitado, por la pasión, o jadea porque tiene sed o
hambre, lo mismo, la respiración se vuelve superficial y no llega a completar
el ciclo vital del cuerpo, no recorre los vericuetos más secretos del alma, y
cada experiencia se vuelve así efímera e intrascendente: se extingue toda
experiencia tras el despiadado paso de los días.
Ya de grande (“joven” nivel militante de La
Campora digamos) tome clases de hatha yoga, después de la cuarta clase me dolía
todo el cuerpo y pensé, “me voy a tomar esta semana para descansar y
reponerme”, todavía sigo reponiéndome. El Hatha Yoga se trata de diferentes posturas
corporales que aportan firmeza y elasticidad al cuerpo, al parecer, el pilar de todas estas posturas
es la respiración, cada una es sagrada y lleva en su génesis una inhalación y
exhalación correspondiente, inhalamos profundo, movemos alguna parte del
cuerpo, exhalamos cuando la postura se ha logrado. En ese sentido no se
diferencia mucho de lo que hago cuando salgo a correr, cada zancada lleva su
inhalación y exhalación de aire.
La respiración es importante en todo acto de
la vida, para correr la respiración es vital, hay que economizar hasta lo más
mínimo de aire para utilizarlo a la hora de mejorar el rendimiento del cuerpo,
cuando reímos, y cuando lloramos, cuando hablamos mucho y cuando dormimos, la
respiración se modifica según la necesitemos más o menos. Alguien tendría que
escribir alguna vez un libro sobre los diferentes modos de respirar según las demandas
que nos presenta la vida a cada paso; si no es que alguien ya lo escribió.
Cuando a mi papá lo operaron y le
reemplazaron la válvula aortica por una de titanio, luego de la operación, le
dijeron que tenía que aprender a respirar otra vez. Que mientras estuviera en
terapia debía practicar respirar, ejercitar la inhalación de oxigeno y
expulsión de dióxido de carbono como si se trata de un musculo nuevo. Debía
llevar lento y tranquilo el aire hacia el vientre y soltarlo de la misma manera
y esa sería de ahora en más su manera nueva de respirar. Mientras la doctora le
explicaba esto a mi papá, yo estaba presente, y pregunté instintivamente “cómo
en el yoga”, ella me respondió “es yoga”.
Hoy ya no necesitamos correr, escalar o
saltar para sobrevivir como el hombre primitivo obligado a estos ejercicios
para cazar y escapar de depredadores. Nos basta con estar parados o
sentados presionando los botones que
activan esta máquina de producción e intercambio de fuerza por materia y, como
diría Perón, “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. Correr así, sino es por
cuestiones de imposición médica, se vuelve un acto completamente absurdo.
En mi caso
en particular, todo comenzó hace unos meses: estaba
sentado mirando al vacío, pensando en la
muerte y en el misterio que se esconde detrás de ella. Pensaba en Hamlet y en
su monologo “ser o no ser”: “Quién
querría llevar tales cargas, Gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa,
Sino fuera por: Temor a algo tras la muerte, la ignorada región de cuyos
confines ningún viajero retorna.” Temía ese momento, no el hecho de desaparecer
de esta tierra o transfigurar mi cuerpo en otra cosa y mudar mi alma hacia
regiones de donde nadie regresa, sino la muerte como fenómeno humano, esa
milésima de segundo donde quizás haya una luz al final del túnel o simplemente
retornemos a la nada de la que venimos. No lo sé, tal vez la evidencia de mi
ignorancia fue, entonces la que me empujo a correr.
Pero no
puedo decir que fue eso lo que me motivó, o abusar de la
metáfora “corre para escapar de la muerte” creo que podría haber estado pensando
en cualquier cosa: qué cocinar, cómo sacar la mancha del techo, o cuántos
puntos debe sacar River en el campeonato para alcanzar a Racing y salir
campeón. No es el tema de la reflexión lo que importa aquí sino el hecho de
haber estado rumiando sin llegar a nada concreto. A veces me pasa que puedo
estar pensando sobre algo y luego de varios minutos me encuentro absorto en
otros temas, casi siempre existenciales, que me llevan largas horas de
inactividad física y sobreexitación cerebral. Esto no quiere decir que sea una
especie de genio, mi IQ no supera al de una persona mediocre que alguna vez
leyó un par de libros de filosofía griega: el simple hecho de tener pensamiento
no convierte a uno en filósofo (creo que a eso ya lo dijo Kant). Sólo que a veces
los pensamientos me dominan y pierdo las riendas. Mis reflexiones que me adhieren como garrapata al cerebro, casi
siempre es a la noche por lo que el insomnio es común en mi vida desde que soy adolescente.
Pero ese es otro tema. Volvamos.
Ahora bien,
tampoco comencé a correr por cuestiones de salud, para bajar de peso, o porque
esta de moda; ni siquiera para probar a
ver qué onda. Podría decirse que me inicié como Forest Gump cuando diezmado por
un nuevo abandono de una impredecible Jenny salió a correr por todo el Estado de Alabama.
Recuerdo la escena cuando en medio de esta Maratón de varios años los
periodistas le preguntan si corre por la paz mundial, por los derechos de la
mujer o por la guerra, y el responde “sólo tenía ganas de correr”. A diferencia
del personaje interpretado por Tom Hanks, yo solo corro algunas cuaderas y vuelvo a mi cas, pero igual que Forest yo también solo tenía ganas de correr.
Y lo dejamos
ahí. Las ganas son deseos y éstos son el combustible de toda vida humana. Casi
siempre el hombre común y silvestre, el asalariado, ve truncos sus deseos por
diferentes motivos, entre los que predomina la falta de dinero y tiempo, y podemos
dejarlo en falta de dinero solo ya que éste compra tiempo también.
Pero el
deseo de correr se puede satisfacer fácilmente, no se necesita más que una hora
o treinta minutos, un buen par de zapatillas y un circuito no muy irregular (si
tiene paisaje natural mejor) sin tantas pendientes como para empezar sin
esforzarse mucho y sin tantos semáforos para no perder el ritmo; una botellita
con agua de esa que sale de la canilla y nada más. En mi caso como soy un
animal social no muy prestigioso, ni adinerado, mis ganas de correr me vinieron
como anillo al dedo: “ah eso sí lo puedo hacer”, pensé y salí.
Desde entonces
salgo a correr todos los días una hora, antes y después de esa hora camino 15
minutos, por lo tanto el ejercicio me ocupa una hora y media más o menos si no
es que pierdo otro tiempito mirando el río y minas. Pienso que el día que
encuentre algo que me haga sentir mejor capaz lo deje, por ahora correr me hace
sentir bien, contento y me ayuda con el estrés típico de un hombre moderno.
Como no
tengo ninguna intención de convencer a la gente a salir a correr y ser una
especie de pastor del deporte aduciendo que es bueno para salud y etc, etc; solo diré es un acto como cualquier
otro, nadie se hace más bueno o más malo porque corre, así como estoy hablando
de correr, también puedo referirme a cocinar, dormir o trabajar. Cada acto
humano en sí tiene un propósito y sus respectivas consecuencias, la sustancia
de todo esto es el hecho de buscar en cada situación cotidiana la raíz de la
cosa, hacer de cada experiencia una escuela de la que luego se pueda salir
victorioso y más o menos completo. No quiero ser un fundamentalista del deporte
porque no sé mucho sobre eso, no me leí el Corán de Nike o Adidas, sólo quiero
tomarlo como una experiencia en sí, nueva y que ayuda a crecer pero sabiendo
que como todo, es pasajera, y hay que aprender a dejarlas atrás o adentro de cada
uno, según el lente poética desde donde se la mire.
Encontré dos videos en youtube: uno, muy interesante y breve, que describe qué músculos trabajan cuando se corre y cómo trabajan (lo adjunto) y otro que te muestra “cómo correr de manera correcto”. A este último recomiendo no
verlo, como toda actividad social masiva, el correr también tiene a sus
policías. Si salís a correr te vas a ir dando cuenta solo de tu “manera
correcta”, porque verán, parafraseando a Homero Simpson, correr es como comer
una naranja, “¡ya comete la maldita naranja”!
No podía dormir y me puse a escribir: Frank Underwod, el congresista Maquiavélico de la serie de Netflix “House Of Cards”, una vez que tiene al presidente de los Estados Unidos entre sus manos como si tuviera una presa a punto de caer en la trampa, le aconseja dormir, echarse una siesta, mientras se ocupaba de los problemas que aquejaban a su gobierno y que él mismo había generado, el presidente es persuadido y se acuesta de espalda en el sillón de su oficina, cierra los ojos y suspira. Frank, con mirada soberbia y un tono de voz repulsivo, mira a la cámara y dice: "Siempre he detestado la necesidad de dormir. Al igual que la muerte, pone incluso a los hombres más poderosos de espaldas".
Y recuerdo palabras de Carlos Alberto García Moreno alias Charly García, que decía que no entendía la costumbre de dormir la siesta,es una estupidez, como querer suicidarse por segunda vez en el día.
Ambos parecen coincidir en considerar el hábito de dormir como una imposición humana que molesta a quienes están preocupados en cosas más trascendentes como llegar a la presidencia de los Estados Unidos o crear piezas musicales, en apariencias, brillantes.
Aunque lejos me encuentro de estar ocupado, ni siquiera preocupado, en realizar obras monumentales que perduren en el tiempo, yo también pongo en duda la costumbre de dormir y a partir de ahí se abre una puerta al insomnio de la que quizás nunca se vuelva. ¿Habrá alguien en el mundo que duerma cada 48 horas y no 24 como todos? Sí, quien escribe.
"Con el insomnio nada es real. Todo está lejos. Todo es una copia de una copia de una copia."
Envidio con las tripas a las personas que apoyan la cabeza en la almohada y se duerme al acto y ya nada los despierta. En mi caso, antes de siquiera intentarlo debo cumplir con todo un ritual: primero debo fumar un cigarrillo, ahí cuando el tabaco relaja mi sistema nervioso es cuando debo aprovechar, me cepillo los dientes, bebo un sorbito de agua, una meada y a dormir. Si no concilio el sueño rápido el efecto relajante del cigarrillo se va y así vuelven mis pensamientos sobre cosas intrascendentes y ya no me duermo, me levanto al baño, tomo un vaso de agua y me acuesto a pensar hasta que sale el sol y solo ahí es cuando logro dormir para levantarme luego de unas horas totalmente fatigado.
Escuché en la radio que el hábito del sueño se originó cuando el Homo erectus, antes de que descubriera el fuego, se ocultaba para protegerse de la dura oscuridad por temor a que lo sorprenda algún animal salvaje, y así esperando que vuelva la luz del día en alguna cueva pegaba dos cabeceada y se dormía. Esto me hizo pensar que el hábito de dormir de noche se estableció de manera arbitraria, no por necesidad interna, del cuerpo, y que tal vez algunos estamos hechos para dormir de día y que la noche es nuestro momento para estar despierto.
A la madrugada puedo sentir los engranes cerebrales moverse y los pensamiento comienzan a fluir como el humo que sale de la chimenea de un tren (si es que los trenes siguen teniendo chimenea). Cuando sale el sol, en cambio, mi organismo emprende otro proceso: me siento atacado por un hambre que me ahueca la panza como un pozo de agua seco y tengo que comer algo sí o sí, luego de saciada está necesidad (casi siempre con lo que sobró de la cena) me invade el sueño y caiga rendido. En época de trabajo esto es un problema, porque tengo que seguir despierto para ir a cumplir con las labores diarias, verme con gente, ser sociable y hasta graciosos, hacer la cola en el banco y discutir con el colectivero que se demoró 10 minutos en pasar, pedir disculpa en el laburo por llegar tarde, etc, etc. Así que me lavo la cara, desayuno y salgó. Paso el día entero fatigado, poco sociable, colérico, susceptible, frustrado, expulsado de la realidad. Todo me resulta extraño y lejano, y la única solución es dormir. Dormir no sólo para descansar sino para integrarme a la sociedad, para no ser devorado por el hombre moderno que me pide lucidez y sociabilidad. Pruebe usté y verá, Pase una sola noche sin dormir y vera el estado absoluto de anomia que es la vida, una verdadera mierda.